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Recuerdos de Verano Y Ráfagas de Otoño



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Tatiana Suarez Losada
La cocina me apasiona desde pequeña y desde entonces no he dejado de aprender

 

Frescos en mi memoria y en mi piel y quisiera conservarlos durante largo tiempo para que me ayuden a enfrentarme de nuevo al torbellino del trabajo,


 al ruido de la ciudad y al aire cargado de humos. En mi memoria, para recrearlos y revivir los intensos momentos de paz y sosiego gozados en mitad de la naturaleza. En mi piel, para evocar los largos días soleados al borde de la piscina y en el jardín. El bronceado no me importa demasiado, aunque hay que reconocer que favorece, más me importa lo que mi piel bronceada me recuerda frente al espejo: los baños interminables, el lento ritual de la aplicación de la crema, los largos paseos recogiendo frutas y flores, la lectura sin prisa, el dejar correr las horas, sin reloj, sin citas, sin compromisos... Un sólo compromiso, consigo mismo, relajarse, descansar, gozar, ser feliz.


Los recuerdos que evoco a continuación han sido escritos en momentos de intenso placer, profunda paz e infinito sosiego, todo ello proporcionado por la naturaleza que me rodeaba. No quiero olvidarlos y sí quiero compartirlos. Helos aquí.



Quizá algún lector eche de menos las recetas en este artículo. En realidad, ésta es mi receta contra el estrés, con los ingredientes básicos para elaborar el Gran Pastel de la Felicidad.


Desayuno en el jardín
Conozco pocos placeres tan intensos y profundos como el de desayunar en silencio en una fresca mañana de verano en el jardín. Ahora mismo lo estoy haciendo y necesito plasmar en este papel todo lo que siento, en parte para desahogarme y descargar tanta intensidad, en parte para compartirlo con quien lo lea y, sobre todo, para recordarlo hasta el último detalle en momentos de flaqueza y pesadumbre, esos momentos que nos atacan de vez en cuando a lo largo del año. Este recuerdo es como un faro que con sus guiños nos indica por dónde hay que ir y nos anima a seguir caminando, o navegando.

 

La humeante taza de café reposa ante mí y a través del humo veo una rosa que empieza a abrirse, pronto desplegará todo su aroma y me embriagará. Los sonidos que llegan hasta mí son, todavía a estas horas,

producto de la naturaleza: pájaros de todas clases, un perro a lo lejos, una campana... Hay una especie de búho-pájaro que hace ?uu, uu, uu? y que me proporciona un bienestar indescriptible. Aquí, en tierras castellanas, lo escuché por primera vez hace varios años, me recordaba a un cucú, y después he ido descubriéndolo en otros lugares y hasta en otros países. En un inolvidable viaje a Austria, su canto entrañable llegó hasta mí uniéndose a la incomparable belleza de lugar e intensificando mis sensaciones. Después lo oí en tierras del norte, donde nunca antes lo había escuchado a lo largo de los casi cincuenta veranos que pasé allí. Más tarde, fue en tierras andaluzas y en primavera cuando me topé con él, la felicidad que experimenté fue enorme. Por último, en Baleares también constaté su presencia. Ahora de nuevo lo tengo aquí, como un mensaje de coherencia y continuidad de belleza, parece que me anuncia que allá donde yo vaya y me sienta feliz, estará él.

Un petirrojo que conocí hace unos días en el jardín y que me ha visitado varias veces acaba de hacer su aparición al detectar las migas de pan de mi desayuno. Estas visitas son una confirmación de mi estado anímico, una especie de lucecita que me guía y me dice que voy bien. El contacto con la naturaleza y con este tierno pajarito es todo lo que necesito para ser feliz. Él viene de vez en cuando para recordarme lo que no debo olvidar nunca, los pilares que liberan al hombre y le hacen fuerte: naturaleza, aire libre, silencio... En realidad, sé que no viene por amor hacia mí, sino por las migas que yo dejo caer para tentarle, pero también yo me valgo de él para sentirme bien y dimensionar mis logros personales. Es un intercambio bastante razonable.
El agua de la piscina se refleja en el tejadito de la casa de enfrente y forma dibujos que bailotean al sol. Estos reflejos me relajan y me dan sueño.


Las golondrinas por esta zona me embelesan con sus acrobacias. Algunos expertos me dicen que no son golondrinas, sino vencejos, pero yo prefiero pensar que son golondrinas, además el nombre es más bonito y más romántico. Ahora, por la mañanita, se dedican a cuchichear ligeros cantos haciendo corrillos en al aire, sobre mi cabeza. Luego vienen a posarse en un cable y allí se quedan un buen rato, todas en filas, como en la película ?Los Pájaros?, pero sin dar miedo, sólo placer. Y por la tarde, ¡ay, por la tarde!, irrumpen en la piscina y revolotean a toda velocidad, como contemplando y observando el panorama. Yo las miro evolucionar desde mi tumbona y me regocijo sabiendo el espectáculo que estoy a punto de contemplar. Después de dar varias vueltas, bajan en picado hasta el agua para beber y apagar su sed. Si la piscina está desierta. Dejan su impronta en la superficie, unos bellísimos aros que se hacen más y más grandes.



Un día que estaba bañándome sola, en una bellísima tarde soleada y calurosa, aparecieron e iniciaron su hermoso ritual, sin importarles mi presencia. Yo, ensimismada por su compañía, daba pequeñas brazadas y me desplazaba lentamente por el agua para no ahuyentarlas. Una y otra vez bajaban a beber, cotilleando entre ellas con sus pequeñas voces. Una de ellas pasó tan cerca de mí que pude apreciar su vientre azulado y su pico abierto, dispuesto a robarme un poco de agua.
Ésta es otra imagen que no quiero, ni debo olvidar. Será, junto con este desayuno en silencio, mi fortaleza durante el invierno. Recuerdos de placer para momentos de flaqueza.


Al caer la noche
Lenta y pausadamente, la noche cae a mi alrededor. Aún puedo escribir sin luces artificiales, me ilumina el resplandor de los últimos rayos de sol. El cielo se tiñe de tonos rojizos que luego se tornan rosas y más tarde azulados. Cuando todo se apaga, las nubes son mates y grisáceas y se mueven lentísimamente sobre mi cabeza, las contemplo embelesada mientras siento la tibia brisa de la noche sobre mi piel ardiente y en mi pelo, húmedo aún. Los últimos pájaros despiden al día y una campana suena a lo lejos. Este sonido me reconforta y serena mi espíritu. Los grillos inician su concierto, escondidos entre la hierba y en los setos. Me acerco a ellos en la oscuridad y, lejos de detener su canto ante mi presencia, lo hacen más intenso, dándome la bienvenida. Un murciélago surca al aire con su vuelo torpe y atolondrado y me recuerda mi infancia, tratábamos de atraparlos con una redeña de pescar quisquillas. Oigo las voces de unos niños que bajan la cuesta de un camino en bici a toda velocidad, arriesgándose a perder los dientes, pero libres y felices. Los ruidos del mundo van cesando y dan paso a los sonidos de la naturaleza, frescos, puros, espontáneos.



Pronto aparecerán las primeras estrellas y la luna, amarilla, llena y callada asomará tras los montes. Hasta mi nariz llega el olor de un fuego y oigo un crepitar de ramas secas, quizá una barbacoa al aire libre.
Éste es el broche de oro de un día de verano cargado de sensaciones, de paz y de placer, mucho placer.






He descubierto al pájaro-búho
Tras muchos días de espiar el cielo en busca de mi amigo el pájaro-búho, de sentirme rodeada por su bello canto desde el amanecer hasta el anochecer, hoy por fin he podido conocer su aspecto. Estaba en el jardín, le he oído, he levantado la vista y allí estaba, volando de un árbol a otro sin dejar de cantar. Resulta que tiene forma de paloma, pequeña, de color marrón claro, y vuela en pareja. No me ha sido posible inmortalizarla con mi cámara de fotos, pero sí he grabado su imagen en mi memoria. Me gusta saber cómo con mis amigos. De ahora en adelante, para mí será la paloma-búho.


A punto de cerrar la maleta
He comido la última rebanada de pan de hogaza tostado con mantequilla y mermelada casera, en la taza aún quedan dos sorbos de café, veo una rosa que cortaré de su tallo antes de irme y que se abrirá para mí junto a mi cama, en la ciudad. La paloma-búho me despide una y otra vez, ?adiós, adiós, volverás a oírme en otros lugares, te lo prometo?. También las golondrinas, muy arriba en el cielo, me regalan con sus últimos cantos, los demás pájaros se unen a la despedida, que es a la vez saludo y promesa. Toda la naturaleza habla hoy para mí, y mi corazón late pausadamente.


Viaje de regreso
Durante el viaje de regreso, contemplo los campos, los valles y montañas y aspiro sus aromas profundamente para acumularlos dentro de mí y saborearlos poco a poco en la ciudad, cuando sienta que nada de lo que me rodea se parece al paisaje de mis vacaciones. Una ligera tristeza se apodera de mí, pero sacudo la cabeza y sigo disfrutando con el paisaje.
Unas flores escandalosamente bellas brotan en mitad de los caminos, salpicando el campo con sus colores vivos que van desde el rojo sangre al violeta profundo. Tan bellas son y tan cuidado su aspecto que parecen haber sido plantadas por la mano del hombre. ¡Vanitas, vanitatis!, la mano de la naturaleza es más sabia y más humilde y, por ello, más poderosa.
Los árboles frutales muestran en sus ramas manzanas y peras que a lo largo del verano han ido maquillándose con los rayos del sol y que encierran todo el sabor del transcurrir de los días. Las higueras están repletas, higos blancos y rojos, rezuman dulzor. De pronto siento un leve cosquilleo que me estimula y me susurra que no hay que entristecerse con la llegada del otoño. ¿Qué es? El deseo súbito de preparar deliciosas compotas, mermeladas, frutas en almíbar... las conservas de otoño, ¡qué ilusión! Con este sentimiento y con la energía recuperada, llego a mi ciudad.
 



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