Enclavada en el casco histórico y antiguo de Cuenca, entre callejuelas empedradas y con vistas privilegiadas a las célebres Casas Colgadas, se encuentra uno de esos lugares que parecen detenidos en el tiempo: la Posada de San José, un rincón cargado de historia, hospitalidad y tradición, que se ha convertido en parada imprescindible para quienes desean adentrarse en el alma de Castilla-La Mancha.
Tuve la fortuna de conocer este singular establecimiento, ubicado en una antigua casa palaciega del siglo XVII. En 1983, este edificio con siglos de historia fue rescatado del olvido y convertido en posada por el matrimonio formado por Jennifer Morter y Antonio Cortina, quienes supieron ver en sus muros centenarios el potencial de un refugio con carácter. Desde entonces, la posada se ha consolidado no solo como un referente regional, sino como uno de los alojamientos con más personalidad de toda España.
Dormir en la Posada de San José es mucho más que pasar la noche: es una experiencia sensorial y emocional que fusiona el respeto por el legado histórico con la comodidad del presente. El mobiliario antiguo, los suelos de barro cocido, las vigas de madera y las vistas inigualables al paisaje conquense se combinan armoniosamente con una atención esmerada y unas instalaciones perfectamente acondicionadas. La magia del pasado permanece intacta, gracias al cuidado y la sensibilidad de quienes hoy dirigen el lugar.
Actualmente, la gestión está en manos de Pablo Cortina, hijo de los fundadores, y su esposa, María Beltrán. Ambos han sabido mantener viva la filosofía original del proyecto, con una mirada contemporánea que no renuncia al alma tradicional del espacio. Uno de los pilares fundamentales de esta continuidad es, sin duda, su propuesta gastronómica que Pablo y María, junto con su maravilloso equipo tanto de cocina como de sala miman sobremanera.
El restaurante de la posada se ha convertido en un auténtico santuario de la cocina manchega. Su cocina es una celebración de los sabores ancestrales, una defensa del recetario popular que, en muchos casos, corre el riesgo de desaparecer. Aquí, platos como el pisto manchego, el gazpacho pastor o el exquisito morteruelo no solo se cocinan con maestría, sino con un respeto reverencial por la autenticidad.
Cada bocado es un homenaje al territorio y a sus raíces. Degustar estos platos en un comedor que conserva el espíritu original del edificio, con vistas al impresionante cañón del Huécar, es una experiencia que trasciende lo culinario y se convierte en un viaje emocional.
En definitiva, la Posada de San José no es solo un alojamiento con encanto: es un lugar donde la historia, la cultura y la gastronomía se dan la mano, ofreciendo al visitante una inmersión total en la esencia manchega. Un espacio donde el tiempo se detiene, donde cada detalle cuenta una historia, y donde cada visita deja una huella imborrable en la memoria.
Un viaje en el tiempo, un festín para los sentidos, y una recomendación que hago con entusiasmo y plena convicción.